Por Luciana Balanesi
Tenía turno al día siguiente para hacerme el aborto. Fui a su casa porque sabía que me iba a aconsejar según la voz de la experiencia. Yo dudaba, de verdad. Un hijo tan inesperado…
Cuando llegué su bebé dormía la siesta. No hizo falta que le cuente. En un principio el tono verdoso de mi cara y mis ojos hinchados le despertaron sospecha de algo malo. Clara es mi prima. Me conoce desde que nací… Pero con las náuseas que me dio su perfume descubrió mi estado.
No me acuerdo cómo le conté, pero recuerdo que mencionó un juego que juegan sus hijos más grandes; Verdad o reto, en el que se desafía al contrincante a reconocer una verdad o a cumplir un objetivo físico. Pierde quien miente o quien no es capaz de llevar a cabo la proeza.
No es verdad que sea fácil, me dijo, no es cierto que estés siempre dispuesta para atender la demanda. Es mentira que tengas todas las respuestas, siguió, y va a haber días en que desearías tener el auto de la mujer maravilla. Y continuó, son una gran estrategia publicitaria las mamás que sonríen de madrugada.
Me dijo que para ella son una falacia las casas ordenadas, las comidas siempre nutritivas, las cartucheras completas o la mamá de alegría perenne de la televisión. Es mentira que sea sencillo ponerles límites, dijo, seria, y tampoco vas a tener ganas de leerles un cuento cada noche… El cuerpo te va a cambiar…
La cintura se ensancha, los pechos se caen y en el vientre quedan huellas indelebles, es cierto y siguió, ahora contundente: vos vas a cambiar, y para siempre. Es innegable que sentís miedo el día en que los médicos te lo entregan, tan frágil y diminuto como fuerte e inmenso, dijo emocionada cuando el llanto del bebé nos interrumpió.
Clara va a ser la madrina de Teo. Se me revela, por lo pronto, una verdad cuando lo siento moverse dentro de mi cuerpo. Estoy cambiando. Aceptar estos cambios es el primer reto de un camino que, intuyo y veo en las mujeres madres que me rodean, no tiene fin.